Nuestra memoria es como un espejo quebrado. No refleja el mundo como era sino nuestra reconstrucción parcial, fragmentada e incluso personal de ello. Ajustando los fragmentos, podemos darnos cuenta de aspectos de nuestro pasado que antes quedaban invisibles. Hasta hace poco tiempo, nuestras memorias de la conquista y colonización de América estaban fijadas lejos de las experiencias de las mujeres indias y africano-americanas. Los historiadores describían la Conquista, generalmente, como un hecho entre hombres, es decir, una agresión y despojo ejercido por parte de unos hombres (los españoles) contra otros hombres (los indios)’. No reflejaban la ofensiva sostenida contra la integridad personal y cultural de estas mujeres, ni cómo esa ofensiva dio forma a la sociedad colonial emergente.