Mi teoría de los sistemas electorales, formulada después de la Segunda Guerra Mundial, nunca ha sido dejada completamente en el olvido desde entonces, pero entró en un estado de latencia alrededor de 1975. Ahora, no hay duda, la Bella Durmiente ha despertado. Este capitulo ofrece la oportunidad de mirar una vez más esa teoría a la luz de la evolución de los partidos occidentales durante su invernación. Mi objetivo no es defender a toda costa una serie de hipótesis que nunca presenté como si fuesen la última palabra, sino corregir su interpretación y replantearlas sobre la base de lo que hemos aprendido durante los últimos cuarenta años. En este capítulo haré énfasis en lo que parece contradecir esas hipótesis y podría debilitarlas o incluso invalidarlas, más que en aquello que las corrobora.